La llamada de la sangre


A través de los cristales del bar, todo era oscuridad en el exterior. Roger, echó un vistazo al reloj calculando cuanto faltaba para que amaneciese maldiciendo en su interior.

-Siento el retraso -Dijo una chica de no mas de dieciséis años al sentarse a su lado -¿Llevas mucho esperando? -Preguntó con aquel tono entre juguetón e infantil.

-Solo desde la hora en la que habíamos quedado -La regañó -Tengo poco tiempo para estar aquí, si vas a llegar tarde lo mínimo que podías hacer es avisarme -Se contuvo al darse cuenta de como la chica se encogía sobre la silla -¿Has pensado lo que te dije?

Era una pregunta fácil con una respuesta fácil, un si o un no, no había más posibilidades. Quizás esa fue la razón por la que al verla dudar, provocó que su irritación creciese.

-No quiero hacerte daño... -Dijo con voz tímida.

-Pero...

-No estoy lista para esto -Ignoró la mueca de dolor y sorpresa que puso el chico mientras se concentraba en el discurso que había ensayado -Aún soy joven y todo este asunto de la sangre no me gusta. -Agarró de la muñeca a Roger cuando vio que se levantaba de la mesa -¡Espera! Déjame terminar.

-Ya has dicho lo que necesito oír. Esta maldición es mi problema y no quieres meterte. Lo entiendo.

-No quiero hacerte daño -se excusó.

-Vale, ya te he dicho que lo entiendo -Aunque no quería, no pudo evitar poner un tono de reproche en la voz -Seguiré adelante y no volverás a verme, tan solo te pido que no le cuentes a nadie lo mío.

-No claro que no -respondió escandalizada -Te dije que podías confiar en mí.

-Está amaneciendo -La informó mientras miraba los primeros rayos de sol que iluminaban el cielo -tengo que irme ya.

Cogió su chaqueta y mientras se la ponía se negó a mirarla a la cara. Se levantó y ya se estaba alejando cuando la dulce voz de la chica le detuvo.

-Roger...

-¡Que! -No era el tono que quería usar, pero era el que le había salido. Se sentía decepcionado -¡Dime lo que quieres, tengo que irme!

Al mirarla a los ojos, se dio cuenta de que la había asustado. A la mierda con todo, él la había asustado pero solo por que ella le había defraudado.

-Solo quería decirte que lo siento -susurró casi para si misma.

Ni siquiera se molestó en responderla. Al salir del bar, el aire frio le hizo sentirse algo mejor pero aún estaba mareado de los nervios contenidos. Se estaba haciendo demasiado tarde, no tenía tiempo para pensar en tonterías ni mujeres, ya tendría tiempo más adelante para autocompadecerse. Con eso en mente aceleró el paso, el sol estaba a punto de salir.

Había escogido aquel bar por la proximidad con el hospital. No tardó más de diez minutos en llegar, pero se le habían hecho eternos.

-¿Otra vez aquí? -Preguntó Estefani, una enfermera novata con la sonrisa más radiante del hospital.

-Es que no podía vivir sin ti -bromeó Roger tomando asiento en la silla. Cuando las agujas entraron en sus venas no se quejó en absoluto.

-Chico simpático y fuerte, debes tenerlas a todas locas -Al ver la mueca que puso se preocupó -¿Te encuentras bien? ¿Te he hecho daño?

-Por qué me pasa esto a mí, por que no puedo curarme y tener una vida normal -Sentir las lágrimas bañando su rostro le avergonzó, pero no podía contenerlas y ni siquiera hizo el esfuerzo.

-Tranquilo, -Al pasarle la mano por la cabeza no pudo evitar sentir un ramalazo de compasión por el adolescente -No ha sido culpa tuya, hay personas a las que simplemente el cuerpo no les va bien. La diálisis es dura, pero te irás acostumbrando.

-No quiero acostumbrarme, -el calor que sentía en su pecho le hacía sentirse mal -solo quiero que todo termine ya. Estoy harto.

-Lo sé cariño -al agarrarle de la mano, la enfermera intentó darle fuerzas -estaré aquí todo lo que pueda, solo tienes que aguantar y seguir adelante.

Era duro coger cariño a un paciente, pero era incapaz de dejar al chico solo. Así que se quedó en aquel rincón del hospital para ser dos los que se quedasen llorando.

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