Desde que el príncipe abrió la puerta del lugar, el olor de las hierbas allí amontonadas inundó sus fosas nasales. Era un aroma entre fuerte y dulzón que se mezclaba con un ligero tufillo a descomposición que prefería no averiguar a qué se debía.
Entró solo, tal y como había especificado el ayudante de cámara que le habló del lugar, pero ahora que estaba allí, se arrepentía de haberle hecho caso. Aquel sitio tenía un aura maligna impregnada en sus paredes. Una fuerza oscura que le ahogaba y gritaba que huyese de allí para no volver.
Ignorando las advertencias que su mente le mandaba a modo de pánico irracional, se forzó a dar un paso tras otro. Mientras lo hacía, no dejaba de repetirse que si se daba media vuelta a lo mejor conservaría su alma intacta al acabar el día. Apretando los puños, calló aquella voz en su interior bloqueando todos los instintos que hasta ahora siempre le habían ayudado a permanecer vivo.
O eso pensó. Hasta que su subconsciente le tentó girándose a mirar la puerta, como si aquella fuese la última vez que estuviese en su mano la elección de cruzarla. Le maldijo al instante por hacerlo. Lo que le había parecido una caminata de varios kilómetros, solo habían sido seis pasos mal contados. Seis pasos y las fuerzas de sus piernas amenazaban con abandonarle ¿Dónde quedaba ahora el valor del príncipe del que tantas canciones habían hecho gala? ¿Dónde estaba ahora el serafín de la justicia cuya espada podía hacer temblar el corazón a ejércitos enteros?
Él se lo podría decir. Muerto de miedo en la choza de una bruja para suplicar su ayuda.
Allí, sin su espada ni su armadura, sin un ejército respaldándole y ni siquiera sus compañeros de batalla a su lado, era como uno más entre los habitantes de su pueblo. Ahora mismo, su sangre noble no le diferenciaba de un vulgar campesino que buscase la ayuda de la magia negra para aumentar la cosecha.
¡No! —Se repitió mentalmente intentando aferrarse a sus principios— eso no era verdad. Él buscaba la solución a un problema que no era de este mundo. Una manera de matar a algo que se reía de las espadas y de los ejércitos. Un ser que le atacaba allí donde no podía defenderse. En sus sueños.
Si estaba allí no era buscando banalidades que podía conseguir con su propio esfuerzo, sino para encontrar una manera de luchar contra algo que no se podía combatir. De matar a algo que era inmortal.
Tuvo que apoyarse en una de las baldas para no abandonarse al pánico como cada vez que el recuerdo del espectro volvía a su cabeza. Agachó la cabeza concentrándose en respirar mientras lanzaba una orden mental a su cerebro. Tenía que tranquilizarse, tenía que calmarse y dar otro paso al interior de la tienda si quería encontrar respuestas a sus preguntas. Si quería encontrar una solución a sus problemas.
— ¿Qué os trae a esta humilde morada?
La voz llegó burlona de improvisto, desde detrás de lo que le pareció un mostrador y el príncipe estuvo a punto de echar a correr hasta que sus ojos se fijaron en una chica de no más de dieciséis años que le miraba divertida.
— ¿Quién eres? —preguntó irritado por la falta de control en sus emociones —¿Qué haces en casa de la bruja?
Aunque había estado con cientos de mujeres a lo largo de su vida, bastó una sola mirada de esa niña para hacer que todo su cuerpo temblase como el de un adolescente.
—Creo que la pregunta adecuada sería qué es lo que haces tú en una tienda como esta ¿No creéis, alteza?
— ¿Sabéis quién soy? —preguntó entre sorprendido y halagado.
—Todo el mundo conoce al azote de la magia negra, al destructor de brujas y atosigador de monstruos así que me repito ¿qué hacéis vos aquí?
El príncipe dudó un segundo antes de responder. Tenía el corazón a punto de salir por su pecho de lo fuerte que estaba bombeando.
—Busco a una bruja. Se hace llamar Esmeralda.
—Bien —respondió la muchacha como si tal cosa —ya me habéis encontrado. La pregunta es ¿para qué me buscáis?
— ¿Sois vos? —preguntó sorprendido el monarca —Me dijeron que Esmeralda era una gran hechicera y vos no sois más que una niña.
La muchacha le miró divertida como si en realidad fuese ella la que estaba frente a un niño iluso.
— ¿Acaso piensas en serio que todas esas viejas a las que quemáis en vuestras hogueras son brujas?
—Si —respondió el príncipe demasiado rápido.
Durante un instante, dio la impresión de que la bruja no creía lo que acababa de oír.
— ¿Nunca os ha dado por pensar que si fuesen brujas usarían la magia para librarse de las llamas, de las cuerdas o ya puestos, de vos? —la chica río con ganas al ver el desconcierto en la cara de su monarca —Vaya, veo que no. No os preocupéis, no es culpa vuestra. Algún día, la gente comprenderá la importancia de no quemar a sus mayores y se os quitará esa maldita costumbre.
No estaba convencido pero por la forma de hablar, el príncipe sintió que aquella mocosa se estaba riendo de él.
Inconscientemente llevó su mano al lado derecho del cinturón, allí donde siempre guardaba un puñal, y lo encontró vacío. Estaba tan angustiado que hasta había accedido en venir desarmado al encuentro.
—Necesito vuestra ayuda —se quedó esperando a que la chica le preguntase lo que podía hacer por él, pero ella solo se le quedó mirando con esos ojos azules sin hablar y sin que pareciese que fuese a romper su silencio. Lanzando un suspiro, continuó —un espectro me atosiga en sueños. Desde hace algún tiempo, me persigue cada vez que duermo y me atormenta hasta que despierto empapado en sudor.
—Y habéis venido aquí para que os ayude a deshaceros de él.
—Si —al hablar, el príncipe pareció desamparado— ¿podéis hacer algo para ayudarme?
La muchacha le miró con compasión por primera vez desde que había entrado en su tienda. Rebuscó debajo del mostrador hasta sacar un voluminoso libro que dejó caer sobre la superficie con demasiada fuerza levantando una nube de polvo en el proceso.
— ¿Es este? —preguntó, señalando un dibujo en una de las páginas —¿Es esta la criatura con la que soñáis?
El príncipe miró angustiado aquella cara hecha con carboncito mientras sentía como todos los pelos de su cuerpo se erizaban. Allí, mirándole con su sonrisa cruel, estaba aquel ser de pesadilla.
—Si, es él.
La muchacha inspiró con brusquedad, preocupada.
—Le conozco, este espectro fue un humano en otro tiempo. Un hombre horrible con una muerte aún más horrible, que lo transformó en un ser de pesadilla.
—Muy bien —la interrumpió el príncipe — ¿Y cómo lo mato?
La chica le miró sin hablar. Si no supiese que era imposible, habría jurado que en aquellos ojos azules había una pizca de compasión.
—No se puede matar. Ya lo han intentado otros y siempre vuelve.
—Pero los otros no eran yo —contestó el príncipe seguro de sí mismo —decidme cómo puedo acabar con él y yo mismo lo mataré.
No había terminado la frase cuando vio que la muchacha ya estaba negando con la cabeza.
—No lo entendéis, es imposible matarlo. Si queréis seguir vivo la única posibilidad es que os vayáis.
— ¿Qué me vaya? ¿Qué me vaya de dónde?
—Del reino de Elm Street para no volver. Porque Freddy Krueger, es implacable.
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