Nadie diría con la vitalidad que cada mañana Jeiron Crasier desperdiciaba, que tenía más de cincuenta años. Sus zapatos lustrosos, su traje con corbata de más de cinco mil dólares y la chaqueta azul sobre una camisa blanca impoluta de seda pura, eran la firma con la que cada mañana iba a pasear por los lugares más recónditos de su querida ciudad.
Ninguno de sus socios llegaba a comprender su extraña afición a la hora de pasear y descubrir escondrijos nuevos. Como se sentía entrando en un restaurante al que ninguno de sus amigos iría por propia voluntad y llevarse la sorpresa de conocer el sabor de la mejor hamburguesa de toda la ciudad. Perderse en los suburbios y que en lugar de atracarle, como salía en un millón de películas, una pandilla de chicos escuchando reguetón a todo volumen le indicasen con educación como salir de allí.
Sabía que el mundo tenía sus cosas buenas y sus cosas malas, no sería la primera vez que habían intentado timarle o engañarle. Pero no sería encerrado entre los límites de los mejores clubs de la ciudad donde descubriría lo que la vida podía llegar a ofrecerle. Así había sido como contrató a sus últimos descubrimientos. Gente especial sin una titulación excesiva pero con unos conocimientos y un talento sin igual. Personas que se había criado en la escuela de la vida y que reconocían la oportunidad que les estaba brindando cuando les permitía trabajar para él.
Ese era otro de los motivos por los que también iba a todos esos sitios sin miedo. Él no había nacido ni se había criado allí; De familia rica, nunca había sabido lo que era pasar hambre o luchar por llegar a fin de mes, pero eso no evitaba que le mirasen con respeto a medida que paseaba por las calles. Un respeto que se había ganado dando una oportunidad sin necesidad de juzgar a nadie por la ropa que llevaban o los pirsin que se ponían; por saber reconocer el talento en manos de aquellos que no habían acabado los estudios primarios porque tenían una familia que mantener o por saber disfrutar de las croquetas en la anciana vendedora de la esquina entre la calle Miller y la Lincoln, a la que siempre le pagaba con un billete de veinte dólares y a la que jamás recogía el cambio.
Por eso, cuando oyó aquel leve lloriqueo, se atrevió a entrar en aquel callejón. Allí, tirada sobre un montón de sacos que hacían las veces de colchón, había una niña a la que el abrigo que llevaba dudaba mucho que la protegiese del frío de la tarde. Su pelo moreno estaba desarreglado y le caía sobre el rostro dormido que por su forma de gesticular, parecía sufrir una fuerte pesadilla.
— ¿Te encuentras bien?
Aquella voz con tono gentil, consiguió que Jazmín levantase la cabeza para echar un vistazo saliendo de la oscuridad donde estaba sumergida. No reconoció a aquel hombre de cincuenta años con canas en sus sienes, que la observaba preocupado con esa extraña mirada que había visto en algunas personas cuando la veían.
—Déjeme –murmuró sin fuerzas y cansada —estoy bien.
Como si quisiera señalar la mentira, su estómago rugió furioso proclamando querer algo de atención.
— ¿Tienes hambre? Puedo darte algo de comer si quieres.
Estaba demasiado cansada para discutir. Demasiado cansada para moverse pero aun así, la promesa de la comida sonó tan deliciosa que ya estaba paladeando un trozo de pan que llevarse a la boca por mucho que quisiera evitarlo.
—Estoy bien. Por favor, tan solo déjeme tranquila.
Cuando el hombre puso la mano en su hombro se puso tensa. Ni siquiera el grosor de su abrigo conseguía disimular el tacto sólido y real de una persona de carne y hueso.
—Déjame ayudarte. Ven conmigo.
—No lo entiendes —se quejó la chica con voz débil a punto de echarse a llorar —tan solo vete de aquí y déjame sola.
—Pero ¿por qué? ¿Qué te pasa? Puedo ayudarte.
El primer sentido que alertó a Jazmín fue su olfato. Aquel olor a quemado que había aprendido a reconocer. Cuando levantó la cabeza, vio detrás del desconocido aquel humo oscuro con aspecto irreal que empezaba a manar a través de los huecos en la acera.
—Vete —murmuró la chica agotada —basta ya por favor.
Sus lágrimas, incapaz de retenerlas, empezaron a caer por su rostro sin que por ello dejase de mirar como aquel extraño humo empezaba a poblar el callejón y arremolinarse en un mismo punto.
—Tranquila —contestó Jeiron pensando que hablaba con él —puedo ayudarte tan solo confía en mí.
Extrañado por el comportamiento de la pequeña, agarró la cabeza de la niña tirando de ella con suavidad hacia su pecho para tranquilizarla mientras la abrazaba con cariño y lástima.
Ella ni siquiera se resistió. Hipnotizada, no podía apartar su vista de aquel ser que estaba adquiriendo forma sólida. Podía decir algo. Avisar a ese desconocido para que saliese corriendo del callejón pero ¿de qué serviría? Aquel monstruo lo cogería, como cogía a todos. Lo mataría al igual que mató a su madre y a su padre, al igual que acabó con sus hermanos y con el vecino que la protegió.
Aquella cosa, fuese lo que fuese, tenía un hambre de muerte que nunca se saciaba y nada podía pararlo.
Jazmín se cobijó en el pecho del que había pretendido ayudarla y cerró los ojos concentrándose en los rítmicos latidos de su corazón. La música de la vida gritaba exultante de felicidad dentro de aquella caja torácica. Se concentró en eso ignorando a propósito los estertores que sonaban a unos centímetros de su cabeza mientras la música se aceleraba llevando el concierto a su fin cuando el cuerpo sin vida cayó al suelo.
Frente a ella, un ser de casi dos metros de altura la miraba divertido con una sonrisa cruel en la cara y la sangre de su víctima en las manos.
—Nadie puede ayudarte —la informó con desdén —tan solo puedes seguir corriendo.
¡Qué triste! Muy bueno pero ¿no hay esperanza? El era una esperanza.
ResponderEliminarodio estas historias...lo siento. dejais los finales tan abiertos que ufffff. xq esa niña? xq ese hombre? xq le hace eso? todos son porques... estamos hambrientos de leer y nos dais un pedazo minusculo que no hace mas que aumentar nuestro hambre o por lo menos ami asi me pasa.
ResponderEliminary me cabrea jajaja xq se q seguramente nunca estas dudas me las revelaran no se si me gusta o no me gusta..lo siento.
y mira q me parece una historia buena joe q ahora me siento mal por lo q te he dicho en el otro comentario jajajajajaa
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo, vir. Nos deja con ansias de mas, llenos de porques sin responder... aunque me encanta!
ResponderEliminarDe acuerdo con ellas!! ahí quedo? q paso? continuara ...
ResponderEliminarFeliz jueves!!! por cierto en la foto de tu perfil tienes detras un Juan Valdez!! uhmmmm espero hayas tomado un delicioso cafe colombiano.
Yop.