La maldición del poeta

Hablar, gritar, susurrar, escribir, dibujar, cantar, esculpir, recitar… ¿alguna vez os habéis fijado en la cantidad de formas en las que el ser humano puede expresarse? ¿Todas las maneras que existen para crear odas a la belleza, al dolor, al amor, al odio…? Son muchas, pero entre todas ellas siempre ha destacado la poesía.


Esta semana pasada, mientras disfrutaba del festival de la palabra, tuve el placer de contemplar una obra de teatro inspirada en la vida de Julia de Burgos; la famosa poeta puertorriqueña. El amor, el miedo y el sentimiento patriótico de la misma, expresados con su lírica, hicieron del tormento de su vida una bella función. Sentado allí no pude evitar que mis pensamientos volasen hacia mi compañero poeta, y gran amigo, Carlos Vázquez Cruz.



Él, al igual que todos los poetas, expresa sus pensamientos en forma de un arte que traspasa la barrera de la escritura apuntando directamente al corazón. Con obras como malacostumbrismo, deja entrever un ápice de su alma condenándote a formar parte de la magia de su obra. Es por eso que la poesía no se lee, se siente. La belleza y la crueldad de este bello arte es una línea tan fina que puede desangrarte con la misma dulzura con la que la muerte te invita a sumergirte en un sueño eterno del cual no volverás.


Hermosa como solo ella misma puede ser, hechiza con el encanto de su propio veneno. El mismo que todo poeta que se precie tiene que beber para sucumbir a este oficio. Despertar a las propias emociones de uno mismo es peligroso. No hablamos de amor, ni siquiera de odio; hablamos de hundirnos en nuestros sentimientos de tal forma que seamos capaces de ver el mapa con el que está formada la esencia misma de la vida.


« Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo:

"La noche está estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos"…»


¿Quién no conoces los famosos versos de Neruda que tiñen la realidad con ese toque rosado y grisáceo en el que la nostalgia y el amor nos susurran abrazándonos con cariño? No hay enamorado en este mundo que no se identifique con una o con otra de las miles de poesías con las que están en paz nuestros corazones.


Sin embargo… ¿Cuál es la maldición del poeta? ¿Qué precio tienen que pagar para qué su obra nos atrape? Su propia experiencia. Su propia miseria. Sentir al mundo de tal forma que, incluso hechos pedazos, puedan albergar la belleza de un momento en apenas unas pocas frases. Desde la alegría a la tristeza, pasando por todo el cúmulo que tienen entre medio, deben sumergirse de tal forma en su trabajo que un adiós no es solo una despedida, sino el tormento más desgarrador.


« Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y, otra vez, con el ala a sus cristales

jugando llamarán;

pero aquéllas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha al contemplar,

aquéllas que aprendieron nuestros nombres...

ésas... ¡no volverán!...»


Becker solo necesitó de las cosas más habituales para hacernos comprender la profundidad de su pérdida. Si analizamos su obra podemos ver tanto de su vida, y de sí mismo, que su propio dolor es el nuestro a medida que sus palabras se retuercen presas de una agonía de la que no pueden escapar.


Los poetas son así. Hermosos, capaces de hechizar al mundo con su lírica mientras se hunden en unas emociones que no pueden controlar. Unos sentimientos que les aprisionan y de los cuales se alimentan para hacer el más grande de los homenajes a la vida misma. Una tragedia que hace que su corazón lata más acorde con el alma humana que con las demás personas en sí.


¿Es bueno ser así? ¿Es malo? ¿Quién querría plasmar en un papel sufrir un odio sin límite? Solo aquellos que se atreven a amar sin barreras. El miedo es solo para los cobardes que prefieren tener un corazón de piedra a uno que derrame sangre cada vez que la vida le clave una puñalada.


Es duro. Lo sé. Aun así vivir es sentir y sentir es sufrir. ¿Por qué entonces no hechizar al mundo con la magia de una mirada? ¿Con la espera de un momento que nunca llega? ¿Por qué tener miedo a querer si al morir es de ese miedo de lo único que nos arrepentimos?

3 comentarios:

  1. Arduo trabajo el del poeta; en un instante, consigue retorcerte en tus más íntimas miserias cuando le lees, ajeno a ti y quizá muy lejano, en el espacio, en el tiempo... siendo capaz de lograrlo con ese don que le dió, ¿quién? ¿qué? Se me antoja un poco apurado pensar en ello pues, el cumulo de vivencias vividas buenas, malas, lecturas seguidas, retomadas, abandonadas, borradores escritos, corregidos, descartados debe ser tan amplio, tan intenso que posiblemente nadie con mano siniestra para la escritura es capaz de reunir, para hacerse idea que igual que se vive... se escribe, sólo que entre estas dos acciones, como siempre hay un mundo privado, íntimo y muy personal. Y el poeta no desvelará jamás cuántas veces se ha cuajado la sangre por sus venas.

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  2. DE UN ADMIRADOR Y VIEJO POETA
    Me hubiese gustado que el ejemplo del articulo se hubiese basado en un poema mio, pero supongo que son desconocidos para vos.; aun así micer mejor.
    Don

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  3. No esta completo...
    Aun así mis felicitaciones, nadie antes describió mejor "el hacer" de un poeta. Don

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