El 21 de enero fue el aniversario de la muerte de Adolfo Marsillach y, aunque se me pasó un poco debido a diversos factores, tenía algo preparado en su honor. Un pequeño microrelato que no hará justicia a este actor, autor dramático, director de teatro y escritor español, pero que es mi manera de honrarle. Espero que os guste.
El tiempo en aquel tren parecía perderse por completo. Era como, si al pasar a toda velocidad por las distintas ciudades, capturase pequeños instantes en la vida de las personas para conservarlos de manera superficial en su estructura fría e inhumana. Aquel armatoste, dotado con la fuerza de cien hombres, podía absorber la esencia de un beso fugitivo dado a escondidas en el último andén que visitó o nutrirse con las lágrimas de una familia que se rompía al perder a su miembro más querido. Por eso estaba mirando con tristeza como la gente se despedían ilusionados con promesas que no iban a cumplir y sonrisas dolorosas ante un adiós que llegaba demasiado pronto.
En la seguridad de mi asiento, con unos ligeros toques de impaciencia, podía ser consciente de la importancia de esos pequeños momentos antes de que aquel monstruo de metal los destrozase alejándose rumbo al olvido. Ni siquiera me movía aguardando mi turno para dejar todo atrás cuando aquella mujer se sentó a mi lado. Rubia, esbelta, con la nariz respingona y la cara de porcelana; el amor de una vida que no podría tener.
—Con permiso —se disculpó alisando la falda y bajando la mirada como si de alguna forma su presencia hubiese podido molestarme.
Estaba seguro de que aquello era una última tortura de aquel ser sin corazón donde me tentaba con un sueño para el que no tenía tiempo.
La media hora que pasé en silencio fue un esfuerzo titánico por encontrar las palabras exactas con las que hablar a mi ángel. Pero los minutos pasaban y una vez abandonase el tren ya no habría espacio para ese compromiso que ella aún no sabía que teníamos. Debía aprovechar cada segundo y necesitaba saber cuántos tenía. Así que, con voz tímida, pregunté la frase más importante que me vino a la mente.
—Yo me bajo en la próxima ¿y usted?
Me encanta leerte. Nunca lo dejes
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